La energía que mueve nuestra motivación es una idea basada en nuestras creencias, que junto con la energía del deseo, el sentimiento y la emoción, nos lleva a actuar en una determinada dirección.
Cuando percibimos conscientemente nuestra conducta y los condicionamientos que nos llevan a actuar de la manera que elegimos en cada momento, nos abrimos a la posibilidad de sentir y atrevernos a no juzgar, observar y darnos el permiso de discernir. Entonces, poco a poco, empezamos a escuchar nuestra intuición y a atrevernos a seguir nuestro instinto. En ese momento, nos damos cuenta que gradualmente, un sentido de respeto e integridad se instalan en nosotros. Con la intención del corazón, confiamos la personalidad en el espíritu y sabemos que queremos ser guiad@s por él. Aprendemos a parar, respirar y escuchar el sentimiento interno, para ser capaces de trascender nuestras dualidades y buscar nuestra paz interior. Así conseguimos pacificar los estados mentales y emocionales abandonándonos a la luz de nuestro interior. Si elegimos escucharnos y no juzgar, consolidamos la luz y abrimos el corazón a la consciencia de la unidad. Nuestra unidad se nos revela y conectamos con una sensación de alegría interior. El estado de unidad trae presencia y por ende, la capacidad de ir borrando poco a poco, las memorias de nuestros condicionamientos, miedos y sufrimientos.
El espíritu coge el mando y transmuta la personalidad y el alma, para elevar la vibración, ofreciendo una visión panorámica holística. Así, el cuerpo, el alma y el espíritu, se unifican en la misma vibración y en la misma percepción de consciencia.
El latido del corazón es el sonido que mantiene la vibración de la vida. Este sonido nos sincroniza con el latido de la tierra y del sol.
El sol del centro de la galaxia es como un agujero negro que ofrece el movimiento y el ritmo a todo lo que acontece, para que la energía y la información fluya en los diferentes planos de consciencia.
El cosmos entero respira a un ritmo de expansión y contracción irradiando y absorbiendo energía. Cuando la energía es irradiada, percibimos un estado de expansión en nuestra conciencia y cuando se contrae, se manifiesta el estado de vacío, quietud y silencio, que nos lleva a un estado de introspección.
Del mismo modo ocurre el movimiento de expansión y contracción en el sol y la tierra. Las energías electromagnéticas del sol despiertan nuestro cuerpo y nos ayudan a crear, mientras que las energías gravitacionales de la tierra, nos ayudan a mantener nuestra dirección, marcar un ritmo y materializar.
Todos los ritmos, tanto externos como internos, reflejados en nuestro cuerpo, como el ritmo respiratorio, cardiaco, digestivo… mantienen el ritmo de una expansión seguida de una contracción. Incluso nuestro ADN, que es el que atrae la energía a nuestro cuerpo de luz, sincroniza el latido del corazón para crear el pulso electromagnético y trenzar el ADN girando en dos espirales, una que se abre y se expande y la otra que se cierra y se contrae.
Este ritmo que se complementa y da orígen al movimiento, provoca que la luz consciencia se mueva y se manifieste en los distintos planos de consciencia y en las diferentes capas de nuestro ADN. El ADN esta basado en las 5 formas geométricas de los sólidos platónicos: el tetraedro, relacionado con el elemento fuego, el cubo con la tierra, el octaedro con el aire, el icosaedro con el agua y el dodecaedro con el éter o prana, integrándose todos ellos en el círculo que contiene a todos, siendo el universo entero, un toroide girando sobre sí mismo en movimientos de expansión y contracción, integrando en su centro la espiral áurea.
Las distintas capas del ADN son activadas mediante el cultivo de las virtudes, las cuales aumentan su frecuencia y vibración, posibilitando un mayor cociente de luz consciencia en su estructura. Las virtudes del corazón nutren las cualidades del espíritu, incitando a las moléculas de ADN a girar más rápidamente y complementarse, formando un círculo de campo toroidal.
El corazón es el lugar donde reside nuestra alma, el sol central de nuestro ser, la fuente de la luz. En este lugar, somos uno con todo el universo. Desde él, nos conectamos con la visión de la totalidad.
El lenguaje del corazón es el de la sinceridad, la sencillez, la humildad, la empatía, la claridad, la visión profunda y la unidad.
El corazón brilla cuando un@ se atreve a ser auténtic@ consigo mism@, pues desde esa sensación interna, se atreve a expresar sus sentimientos, ideas y necesidades de forma sencilla y clara.
Cuando me doy cuenta de mis deseos, necesidades y carencias en esta etapa de mi vida, encaro mis heridas, para ser capaz de ver más claramente mi propia vida, entonces, mi corazón se abre. Cambio la mirada, observo mis creencias y comprendo la ilusión. Acepto hacerme cargo de mi mism@ liberando esas viejas creencias, y poco a poco, me doy cuenta que el hacer se hace ser, pues a medida que voy integrándome en lo que me ayuda a crecer, a disfrutar y a sentir, voy haciéndome consciente de que no existe ninguna separación entre lo que vivo en el interior y lo que experimento en el exterior. Así me integro en el estado unitario donde solo existe el “si”. Este sentimiento interno de unidad me permite vivir en presencia, dándome cuenta de que todo está interrelacionado en una única consciencia. Este estado de aceptación me permite amar todas las cosas y las distintas facetas y experiencias de mi vida desde mi naturalidad y espontaneidad. Esta actitud vital eleva mi nivel vibratorio permitiéndome conectar con una visión más amplia, una sensación de globalidad que me asienta en mi presencia. En este estado, el cuerpo, el alma y el espíritu se unifican en la misma vibración y la consciencia del corazón se abre.
El corazón está regido por el principio de congruencia. Esto significa que cada célula tiene el recuerdo de la unidad y funciona en concordancia con el todo.
La forma geométrica del corazón es el toroide que se forma cuando muchos círculos rotan en torno a una línea tangencial cuyo centro toca todos los círculos que giran. El toroide del corazón funciona al unísono con el toroide del sol y de la tierra, y esto permite que la energía se transforme en materia y viceversa, y que además, podamos sintonizar la frecuencia de nuestro corazón con la frecuencia de otro corazón para vibrar en sintonía.
El campo magnético del corazón envuelve las células del cuerpo y se extiende hacia nuestra aura cambiando su frecuencia vibratoria en función del estado anímico en el que nos encontramos. Cuando vivimos en estados emocionales negativos, el campo energético del corazón se vuelve caótico y cuando potenciamos los estados emocionales positivos, el corazón emite ondas de coherencia equilibrando el sistema nervioso, la adecuada actividad del cerebro y el equilibrio de las glándulas sexuales. En la medida que los tres centros (cerebro, corazón y genitales) se armonizan, la conciencia de la persona se transforma y su forma de entender la vida cambia, empezando un proceso de interiorización. La conciencia se vuelve hacia el interior y el individuo adquiere la dimensión de la profundidad, accediendo a otras dimensiones del ser.
En el camino de la vida, el corazón tiene el poder de guiarnos, para que a lo largo de nuestras experiencias, nos convirtamos en maestr@s de nosotr@s mism@s, asimilando las enseñanzas que toda acción conlleva. Nos ayuda a discernir lo que nos ayuda y lo que no, facilitándonos el paso del Ego, que interpreta y distorsiona la realidad, hasta el espíritu, que vive en la aceptación consciente, la observación, la habilidad de responder y actuar desde múltiples perspectivas, conectándonos desde el corazón, para salir desde la conciencia de víctima que interpreta, distorsiona, omite, se ofende y entra en dolor, a la consciencia de amor y unidad, pues cuando somos capaces de perdonarnos a nosotr@s, al otro, a la situación y a la emoción o interpretación mental, sin necesidad de venganza o reacción, todo fluye y se eleva hacia la luz y transmutamos el karma, para vivir de forma libre y creativa y desarrollar todas nuestras potencialidades. Entonces, el sentimiento de gratitud se instala en nosotr@s, aceptando la vida como es y sintiéndonos agradecid@s tanto por el placer como por el dolor, sin apego alguno, fluyendo en armonía, que es la ley que rige toda la creación.