MINDFULNESS : DE LAS EMOCIONES A LA CREATIVIDAD
El dolor físico, mental o emocional es el reflejo y la expresión del dolor del alma. En la vida cotidiana, construimos desde la pronta infancia una personalidad formada por la imitación de conductas, emociones y creencias que aceptamos, mientras que los que no aceptamos, porque no casan con la imágen que deseamos, los arrinconamos en el inconsciente o la sombra. Cuando en una situación conflictiva alguien nos hace un reflejo de las cualidades que rechazamos, nos ponemos a la defensiva, nos enfadamos y reaccionamos negativamente. Cada vez que tomamos consciencia de nuestra sombra, empezamos a integrarla. Respiramos de forma consciente con aquella emoción que nos hace sentir mal, tomamos consciencia de qué es lo que nos hace sentir mal y entonces, podemos decidir cómo actuar. Nos percatamos de la secuencia que sigue este orden: ante una situación desagradable salta una emoción y entonces, deseamos que acabe lo antes posible y tomamos una determinación. Pero si nos damos tiempo de respirar, nos percatamos que las sensaciones dolorosas no son estables. Las emociones, sentimientos y pensamientos vienen, provocan una reacción química en nosotros que nos alborota, y poco a poco se van, igual que han venido. No hay un yo constante sino una serie de experiencias con sus correspondientes sensaciones, emociones y pensamientos. De este modo, si tomamos consciencia de la emoción, nos damos cuenta de que la otra persona hace un reflejo de lo que consideramos negativo y provoca que nuestras emociones negativas afloren. Esa emoción en concreto es sostenida por unos pensamientos basados en unas creencias, y si somos capaces de dejar pasar esas ideas, podemos observar la actitud interior con la que reaccionamos y ver cual es nuestra necesidad real para atenderla.
Lo que ocurre cuando nos enfrentamos con una emoción negativa, es que enjuiciamos a la otra persona y nos quedamos enganchados a ese juicio. Cuando el enfado en cambio va con nosotr@s mism@s, alimentamos nuestr@ esclav@ interior y nos autoboicoteamos a través de la culpa en forma de exigencia, juicio y crítica o el miedo a través de la impotencia, la falta de voluntad y el bloqueo.
Cuando tomamos consciencia de lo que está ocurriendo, expresamos nuestras necesidades y pedimos a la otra persona, a través de propuestas claras lo que necesitamos, o nos separamos de esa persona ,pues la interacción no resulta constructiva para nosotros.
Cuando somos capaces de conectar con nuesro sentimiento interno, desarrollamos una empatía hacia nosotr@s mism@s, pues somos conscientes de que la forma en la que percibimos una circunstancia, es la que crea nuestra experiencia. Y no es ni bueno ni malo enfadarnos o bloquearnos, sino observar qué es lo que está siendo tocado dentro de nosotr@s.
Al observar nuestras reacciones, podemos tomar consciencia de una nueva respuesta que nos produzca mayor satisfacción. Entonces, nos percatamos de nuestra frustración y de la forma en la que la sostenemos, y la soltamos, para dejar de centrarnos en el objeto o la situación externa, y poner nuestra atención en el sentimiento interno, para darle un sentido diferente. En ese momento, desde una nueva actitud mental y emocional, nos convertimos en aquello que sentimos, y creamos una nueva conexión sináptica en el cerebro que nos lleva a actuar de forma coherente con nuestro sentir interior, entendiendo, que cuando sentimos y actuamos desde el corazón, nos permite crear desde lo que experimentamos más que desde las reacciones emocionales repetitivas basadas en conceptos aprendidos. De esta manera, cuando actuamos desde nuestra coherencia interna, el alma recobra su equilibrio y la acción se vuelve constructiva.
En la vida cotidiana, cuando nos encontramos en cualquier situación, deseamos ser tenidos en cuenta, escuchados, respetados y queridos por los otros, entonces, defendemos nuestras ideas y nos quedamos encerrados en nuestras creencias, que conforman nuestra personalidad. En nuestras interacciones, proyectamos lo que pensamos y sentimos en la otra persona, para cerciorar nuestro punto de vista y afirmarnos, y cuando lo que pensamos choca con lo que el otro piensa, nos sentimos incómodos, sentimos dolor y conflicto en nuestro interior, creando un sufrimiento, pero cuando nos quedamos observando las dos ideas, la nuestra y la de la otra persona, nos damos cuenta de que lo único que permanece es la consciencia que está observando lo que ocurre y esta actitud, nos permite asumir lo que experimentamos en cada momento desde una visión global.
Nuestra necesidad más profunda como seres humanos, es ser conscientes de nuestra propia consciencia. Ser conscientes de que existimos, pensamos, sentimos y vivimos. Al darnos espacio para ser conscientes de nuestras ideas o emociones, podemos ir más allá de ellos, llegando a ser conscientes de nosotros mismos, y esta consciencia, nos permite asumir nuestra propia experiencia, siendo conscientes de lo que sentimos y pensamos, abriéndonos a nuestro interior y dándonos el permiso para liberarnos de esa idea, pensamiento, sensación o emoción, pues conseguimos no identificarnos con ella y por tanto, no tenemos que defendernos. Esta actitud nos permite ser conscientes de lo que experimentamos sin permitir que nuestras ideas o creencias nos limiten a mirar en una sola dirección, la de nuestras creencias. En ese instante, se abre otra dimensión de consciencia que nos permite poner la atención en otra dirección, pues en la consciencia, todas las posibilidades se dan a la vez y solo podemos elegir si somos conscientes, pero si estamos atrapados en nuestras ideas o emociones, nos limitamos a que solo se manifieste lo que está en nuestro espectro de creencias. Si en cambio podemos ver las situaciones con los recuerdos y las emociones que evocan, en este instante, somos conscientes de esas sensaciones en nuestro presente, las asumimos, las integramos y las transformamos en nuestros dones y capacidades, para crear libremente aquello que deseamos, viviendo cada experiencia en plena consciencia.