Tránsito del Miedo a la Presencia



El miedo es la emoción básica que nos produce una reaccion de querer escapar y salir de la situación aterradora de forma rápida, como una forma de supervivencia ante un estímulo que puede provocarnos la muerte a nivel físico, emocional,mental o espiritual, pero también puede provocar la sensación interna de pánico y quedarnos paralizad@s, congelad@s y totalmente bloquead@s.

Las imágenes, pensamientos, sentimientos, emociones, sonidos, olores y las diversas sensaciones que se extraen de una situación de miedo, se almacenan en un sistema de neuronas en el cerebro emocional y se activan a través de recuerdos y asociaciones. Estas imágenes y recuerdos activan el hipotálamo y encienden el cerebro emocional, localizado en el sistema límbico en el centro del cerebro. La amigdala detecta la reacción del miedo y bloquea el circuito del pensamiento lógico, provocando una disminución de las defensas del cuerpo y un descenso de la energía del cuerpo y de los instintos vitales del sueño, el apetito, la temperatura, los ciclos hormonales y la metabolización de las grasas y los líquidos corporales. El combustible del cuerpo se agota y perdemos nuestro centro de equilibrio.

El miedo localizado en los órganos de los riñones, activa la sensación interna de impotencia y frustración del hígado. Se enciende la rabia, el enfado y la furia por querer salir de la situación de aflicción. Nos volvemos impacientes, la confianza y la autoestima flaquean ,y nos angustiamos, obcecamos, obsesionamos con nuestras creencias, convicciones, emociones y toda reacción que se despierte en nosotr@s, estresando el bazo, y terminamos agotad@s, vacíos y sin ganas de nada, faltos de motivación. La decepción y la tristeza se apoderan de los pulmones y perdemos la fuerza, la dirección interna y la voluntad de acción integrada, por lo que acabamos postergando aquello que en un principio deseabamos.

El origen del miedo puede provenir de la primera división después de la separación del estado de totalidad. Al separarnos, establecemos una distancia entre el universo y nosotr@s, y la mente se convierte en un instrumento de percepción en vez de un instrumento creador.

 Percibimos a través del cuerpo y los sentidos. La mente aprende a interpretar y a hacer conexiones neuronales que acrediten esa interpretación, y las emociones se consolidan, fruto de los resultados de nuestras experiencias y elecciones.

La realidad que vemos es una interpretación basada en nuestras creenciasy sustentada en un programa llamado el árbol genealógico y el inconsciente colectivo.

Cuando la percepción está en manos del Ego, nos vemos separados del mundo. Hacemos un juicio de valor: hay cosas buenas y malas. Creamos opuestos y acabamos viviendo en un mundo de dualidad.

Cuando vivimos en estado de dualidad, percibimos los opuestos como separados, y nos protegemos de lo que percibimos como opuesto a través del miedo, sin darnos cuenta de que lo que parece diferente es igual, pero manifestado de forma complementaria u opuesta.

El miedo alimenta la idea de la separación. Proyectamos fuera lo que no aceptamos, y pensamos que no forma parte de nosotr@s . Lo ponemos fuera de nosotr@s para justificar la rabia, el enfado y el ataque hacia la situación o persona que nos incomoda, pero en el fondo, tenemos miedo a ser atacad@s, ser enjuiciad@s,no llegar a las expectativas propias y ajenas, no agradar hacia fuera y por tanto, no ser querid@s, quedándonos aislad@s y sol@s. Así convertimos las situaciones que tememos, en los sucesos que se manifiestan una y otra vez en nuestras vidas.

El Ego alimenta la dualidad, el juicio, la interpretación y el estado de separación mediante la culpa. Nos culpamos a nosotr@s mism@s y al otro, y el sentimiento de dolor aparece en forma de temor a ser castigad@. Estoçprovoca un mayor miedo y la rueda se repite. Al culpar al otro, pretendemos que el otro haga lo que esperamos de él o ella, por eso atacamos las ideas del otro para hacerle sentir mal. Creemos que el otro nos tiene que dar lo que necesitamos, y esa convicción nos lleva aproyectar en el otro la propia necesidad. Creamos relaciones para obtener algo del otro y si no lo consiguimos, le culpabilizamos. Esta actitud nos hace sufrir y también le hace sufrir al otro. Pero el Ego sigue empeñado en negar que sea la causa del conflicto y nos sentimos víctimas de las circunstancias, manteniendo los programas inconscientes a través de nuestras relaciones.

Cuando sentimos miedo deseamos cambiar la realidad. Queremos que nuestras ideas acerca de lo que deseamos se cumplan aunque vayan en contra de las ideas de otras personas o incluso queremos que una situación cambie, porque queremos que la realidad sea de otra manera, sin percatarnos que estamos sumidos en nuestro mundo de justificaciones y explicaciones de cómo deberían ser las cosas. La situación de angustia se repite una y otra vez, hasta que nos damos cuenta de que cuanto más queremos cambiar algo, más lo reforzamos, atrayendo a nuestras vidas, aquello de lo que pretendemos alejarnos porque le tenemos miedo.

La fuente del dolor en cambio, es nuestra propia inconsciencia e incoherencia. La mente piensa algo, el corazón siente otra cosa diferente y finalmente,no hacemos lo que deseamos . Nos dejamos llevar por nuestras convicciones y el sistema de creencias, determinando así nuestra realidad. percibimos lo que internamente pensamos. Nuestra percepción selecciona en función de nuestros pensamientos, ideas y convicciones y configura la realidad donde se repiten los patrones. Normalmente reaccionamos en contra de las personas que no piensan como nosotros y acabamos repitiendo de forma automática diversas situaciones dolorosas. Pensamos que hemos de defender nuestros propios valores y creencias, sin darnos cuenta que solo repetimos los patrones heredados de nuestros antepasados

Los miedos pertenecen a nuestra parte escondida que quiere unificarse en la luz del ser que somos. Representan una parte de nuestra energía que quedó atascada y que espera ser atendida y entendida algún día, pero si le permitimos existir, vemos que en el fondo, ese miedo es inofensivo y sólo es una respuesta de reacción ante lo desconocido, y si nos damos el permiso de explorarlo, nos enseña a confiar y experimentar algo nuevo, más allá de lo conocido y familiar, y en esa exploración hay una invitación a poder descubrir el ser de luz que somos.

Cuando entendemos que el miedo es una parte de la creación, accedemos auna percepción holística. Vemos que el universo necesita tanto de la luz como de la oscuridad para crear movimiento, elección y la consiguiente experiencia, y cuando vemos de forma global, nos damos cuenta que formamos parte de aquello que percibimos, y que el mundo es la pantalla sobre la que proyectamos nuestros sueños, creencias e interpretaciones.

Así, si nos permitimos sentir el miedo, permitimos que la emoción salga y se manifieste. Esto nos ayuda a sentir compasión por nosotr@s mism@s , a no juzgarnos y a perdonar nuestra ignorancia, para ser capaces de abrazar esa experiencia, transitar la emoción y sentir la liberación que acompañan a la autoaceptación y a la comprensión de que el miedo es la emoción que nos posibilita conocer una versión más elevada de nosotr@s, en la que el amor nos proporciona otra visión más integradora en la cual sabemos que cuando transitamos el miedo, somos capaces de fluir en la vida creándonos en cada momento, sin apego, más allá de las estrategias del Ego, confiando en nuestra sabiduría interior y dándonos la libertad de ser. Entonces comprendemos que si vemos la vida desde una percepción abierta, sin juicios ni culpas, no seremos atacad@s. Y si observamos los pensamientos y las interpretaciones que hacemos, tomamos consciencia de nuestras limitaciones y la mente se libera, deja de sufrir y puede crear.

Establecer el estado de coherencia interior significa hacer un proceso de integración entre la parte que mostramos al mundo y la parte que escondemos, percibiendo a nuestro opuesto como una parte de nosotros. Esta actitud interna nos permite trascender la dualidad e integrarnos, pues en vez de provocar situaciones de lucha, entendemos el miedo o cualquier otra emoción, expandiendo nuestra consciencia a través del proceso de aceptación, rendición, integración y desapego, sabiendo que cuando nos atrevemos a vivir de forma confiada, nos rendimos a cualquier situación que la vida nos ofrezca, trascendemos el miedo y nos alineamos con el flujo de nuestra alma comprendiendo el significado de cada situación vital.

Entendemos que los miedos son una consecuencia de la consciencia de separación y en la medida que vamos conectando con nuestra esencia, comprendemos la situación de forma global y los miedos van desapareciendo. Aprendemos a fusionarnos con nuestra consciencia y esto nos facilita la conexión con la consciencia colectiva y la sabiduría universal del amor incondicional integrándonos con la totalidad. De esta forma podemos crear la vida que deseamos, mientras vamos asimilando paso a paso las lecciones de nuestra alma, a través de la experiencia y la capacidad de compartir. En este proceso asimilamos que dar es recibir y al recibir, damos e interactuamos. Aceptamos que comunicandonos aprendemos a compartir y entendemos que nada puede hacernos daño si no interpretamos. Esta actitud nos ayuda a buscar lo que es mejor para todos y no nos enganchamos a lo que nos gustaría que fuera, porque sabemos que la solución de todo está en nuestro interior y cuando hacemos daño o nos equivocamos, nos perdonamos por habernos hecho daño a través de la relación con el otro o la situación externa conflictiva, y aprendemos a aceptar la visión del otro y desarrollar la empatía, para no entrar en conflicto ni juzgar, pues hemos aprendido a observar los pensamientos. De esta manera, liberamos patrones del pasado y del árbol genealógico a través de la comprensión y el perdón a nosotr@s mism@s. Esta actitud nos hace responsables de lo que creamos, sabiendo que elegimos nuestro camino sin enjuiciar ni adaptarnos a lo que el otro exije, llegando a acuerdos satisfactorios para ambas partes.

Entendemos que nos integramos sabiendiendo que somos parte del problema y que aprendemos a relacionarnos con nosotr@s mism@s a través de la relación con los demás, y comprendemos que las relaciones son para crecer y evolucionar.

Una vez integrada esta actitud vital, nos atrevemos a mostrar la alegría y el estado de gozo interno, porque confiamos en nuestra voz interior y nos volvemos observadores. Entendemos que la vida exterior es el reflejo de la vida interior. Sabemos lo que queremos y lo hacemos de corazón y nos desapegamos del resultado porque vivimos en el presente, fluyendo con lo que la vida nos trae en cada momento, sintiendo que estamos creando conjuntamente, tanto las personas como la situación que se nos presenta, para proporcionarle un aprendizaje a nuestra alma.



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