
El cuerpo de luz es la estructura energética que envuelve al cuerpo físico y se compone de luz, color, sonido y geometría. Esta estructura de energía se va desarrollando cuando vivimos la vida en la consciencia del corazón.
Las fibras de luz que componen el cuerpo de luz irradian color, sonido y geometría al universo, y según su frecuencia y forma, emiten una vibración que es devuelta en función del grado de consciencia y repercute en la percepción que tiene la persona de sí misma y del universo.
Cuando mayor sea la confianza en el proceso de crecimiento personal y en el lugar que cada un@ ocupa en su vida, más tonalidades y mayor intensidad de colores irradia el cuerpo de luz, repercutiendo en una percepción más consciente y holográfica del cosmos. Si la persona en cambio vive más orientada en la personalidad que en el desarrollo de las experiencias de su alma y su espíritu, se sumerge en sus creencias, roles, emociones y conductas, que acrecentan el drama de su posición de víctima, en vez de creador-a de su propia realidad.
La persona que vive sumida únicamente en el drama de la visión de la personalidad, siente las injusticias y la insatisfacción vital como algo personal, y en consecuencia, los colores de su alma van alejándose de la luz, impidiendo que la claridad y la visión objetiva se manifiesten en ella.
Cuando hay una falta de entendimiento de la vida como un escenario donde entendemos la interconexión y la unidad de todo lo que se manifiesta como una lección para integrarnos en el sentido sagrado y holístico de la vida, la energía de la persona no puede fluir libremente y se perpetúan las ataduras emocionales y dependencias en aquellas creencias que la persona sigue sosteniendo.
Al entender el rol que representamos en cada situación, podemos comprender la energía que nos está tocando representar, y accedemos a la integración total de la experiencia como una enseñanza del alma, pero si en cambio, otorgamos la fuerza a nuestras expectativas y juicios, recibimos la sensación de insatisfacción e injusticia ante la situación que vivimos, y esa postura vital nos crea dolor, sufrimiento interno y la repetición de un bucle en el que nos sentimos fracasados e incapaces de salir de una situación conflictiva, pues las expectativas y juicios, nos meten en un círculo vicioso que gira en la frecuencia más baja del miedo ,y apaga los colores de nuestra aura reflejándonos una vida de color gris.
Las expectativas que tenemos, crean en nuestra mente ciertas ideas acerca de cómo debiera ser o actuar alguien, y cuando esa idea no se cumple, nos sentimos heridos, dolidos e injustamente tratados, porque sólo vemos la situación desde nuestra perspectiva y lo que nos han inculcado que está bien o mal, y desde esa posición, interiorizamos y construimos nuestra interpretación de la realidad. Esta forma de reaccionar acrecenta nuestro ego que se posiciona en el rol de la víctima, pero si somos capaces de desarrollar la empatía y podemos ponernos en el lugar del otro, vemos la situación de forma global y accedemos al lenguaje del corazón.
Cuando la vida nos presenta cualquier situación, hemos de ser conscientes que nuestra actuación tiene una réplica a nivel cósmico, ya que toda realidad es una, y la ley que rige las interacciones es la de causa y efecto.
Desde este punto de vista, la relación con el otro se convierte en un estar ante Dios, reconociéndole como el dios que es transitando su propia experiencia de aprendizaje en la tierra. Así, para que una persona pueda llegar a ser y constituirse como individuo, ha de entender su interior y reconocer al otro en su trayectoria, y en ese proceso, reconocemos lo sagrado que habita en el interior de cada un@, permitiendo que lo auténtico que hay en cada un@ se exprese revelando aquello que somos, pues todo lo que existe en este mundo es la expresión de la unidad y cada ser es sagrado.
Al centrarnos en el conocimiento de nuestro interior, observamos la mente y sus mecanismos, y como las capas de una cebolla, vamos mirando más y más profundamente, hasta intuir la presencia de algo que subyace en lo más profundo de un@ mism@, y al girar la mirada hacia el interior, la consciencia se expande más allá de lo superfluo, hasta sentir aquello que no cambia, lo que permanece, ese espacio de consciencia que permanece detrás de cada acto, pensamiento o sentimiento, experimentando en un@ mism@, la presencia de lo sagrado, sintiéndonos un@ con Dios, esa esencia infinita, sin principio ni fin, que se manifiesta a través del amor consciente en cada persona y cada situación.
A nivel de geometría sagrada, en mi modo de pensar, la esencia infinita sería nuestra parte de Dios, representada en la proporción del número áureo presente en la semilla de toda célula. El ser humano además, alberga la espiral de proporción áureaen el centro del corazón. Cuando la persona siente amor, la carga eléctrica del corazón se aproxima a Phi. La proporción Phi permite a la corriente eléctrica cambiar octavas armónicas sin perder poder ni información.
La proporción Áurea no tiene principio ni fin, continúa formando espirales que disminuyen hasta volverse tan infinitesimal que puede romper el plano de una dimensión y entrar en otra, para empezar de nuevo en otra dimensión como una espiral grande que se va haciendo más y más pequeña, hasta romper ese plano y empezar en otro y así sucesivamente hasta el infinito.
La frecuencia Fibonacci es la forma energética primordial que crea dos triángulos equiláteros que generan la doble espiral. Así, la energía que se manifiesta en la vida de cada uno a través de la expansión de la consciencia, estaría representada por la manifestación de la serie de Fibonacci en nuestro ADN, y la combinación de las dos energías en movimiento espiral, daría lugar a la manifestación de la vida. De esta forma, la energía del espíritu se une a la del alma en un cuerpo físico proporcionándole un hogar.
En mi opinión, la consciencia se expande a través de la observación de aquellos aspectos y cualidades del alma que aún no hemos despertado, hasta que vivamos en la consciencia de lo sagrado. Al observar los procesos internos, entramos en contacto con los mensajes que nos envía el alma, y el mensaje recibido de forma intuitiva, llega a la mente consciente, para a través de un proceso de discernimiento, materializar la visión interna, entendiendo la enseñanza que nos revela la fuerza del poder interior como ser creador que somos, pues para materializar algo, hemos de encarnar la vibración que corresponde al hecho de tenerlo sentirlo e integrarlo, generando en el cuerpo, las sensaciones, sentimientos y pensamientos que generan los circuitos energéticos necesarios, para establecer en el cuerpo el patrón energético que activa y pone en comunicación el núcleo interno profundo y la manifestación externa, y la confianza y la entrega, son los ingredientes que posibilitan la transformación interna, para que podamos alimentar la fuerza impulsora, que nos ayuda en el proceso de la expansión de la consciencia.